Ansiedad generalizada ,adicción a la preocupación


Descubre qué es el trastorno de ansiedad generalizada, cómo la preocupación se convierte en adicción, sus funciones y cuándo deja de ser útil. Aprende a identificar la hiperresponsabilidad, el catastrofismo y la necesidad de control.


¿Qué es el trastorno por ansiedad generalizada (TAG)?

El trastorno de ansiedad generalizada (TAG) es una condición psicológica caracterizada por una preocupación excesiva y persistente sobre múltiples aspectos de la vida cotidiana. No se trata de una inquietud pasajera, sino de un estado constante en el que la mente se anticipa a posibles problemas, aunque estos no tengan una base real.

Quienes padecen TAG suelen experimentar:

  • Preocupaciones intensas y difíciles de controlar.

  • Inquietud constante o sensación de estar “en alerta”.

  • Síntomas físicos como tensión muscular, fatiga, problemas de sueño o dificultad para concentrarse.

Esta preocupación crónica afecta la calidad de vida, las relaciones personales y el desempeño laboral o académico.


Cuando la preocupación se convierte en adicción

Aunque suene extraño, la preocupación puede volverse una especie de adicción mental. La mente se acostumbra a estar ocupada en escenarios hipotéticos y encuentra, en ese hábito, una falsa sensación de control.

¿Por qué ocurre esto?

La preocupación activa circuitos cerebrales relacionados con la anticipación y la búsqueda de seguridad. Cada vez que nos preocupamos, sentimos que estamos “haciendo algo” para prepararnos, aunque en realidad no estemos resolviendo nada. Con el tiempo, esta dinámica puede convertirse en un patrón automático difícil de romper.

Señales de que la preocupación se ha vuelto adictiva

  • Revisar constantemente “qué podría salir mal”.

  • Dificultad para desconectar incluso en momentos de descanso.

  • Búsqueda compulsiva de información para “asegurarse”.

  • Creencia de que preocuparse previene los problemas.


Función de la preocupación: ¿cuándo deja de ser útil?

La preocupación, en dosis moderadas, cumple una función adaptativa. Nos ayuda a anticipar situaciones, planificar y encontrar soluciones antes de que el problema aparezca. Sin embargo, cuando se convierte en una ocupación mental constante, pasa de ser útil a perjudicial.

Preocupación adaptativa

  • Detecta posibles riesgos reales.

  • Permite planificar estrategias.

  • Nos ayuda a estar preparados.

Preocupación desadaptativa

  • Se centra en escenarios hipotéticos.

  • Genera ansiedad sin solución concreta.

  • Consume energía mental y física.

En otras palabras, ocuparse es útil, preocuparse de manera excesiva es desgastante. El gran reto está en aprender a diferenciar ambas situaciones.


La tríada de la preocupación: hiperresponsabilidad, catastrofismo y necesidad de control

La ansiedad generalizada suele estar impulsada por tres factores psicológicos que alimentan la adicción a la preocupación.

1. Hiperresponsabilidad

Las personas con ansiedad generalizada suelen sentir que son responsables de todo lo que ocurre a su alrededor. Esta hiperresponsabilidad lleva a la necesidad de anticipar y controlar cada detalle, lo cual resulta agotador e irreal.

2. Catastrofismo

El catastrofismo es la tendencia a imaginar el peor escenario posible. Por ejemplo: si un hijo llega tarde, se piensa de inmediato en un accidente grave en lugar de considerar retrasos comunes. Este hábito intensifica la preocupación y la hace desproporcionada frente a la realidad.

3. Necesidad de control

Querer controlar lo incontrolable es otra fuente de ansiedad. La vida está llena de incertidumbre y pretender tener control absoluto genera frustración. Paradójicamente, mientras más intentamos controlar, más se incrementa la sensación de descontrol.


Estrategias para soltar la preocupación

Aunque la ansiedad generalizada puede ser un reto, existen estrategias que ayudan a reducir la adicción a la preocupación y recuperar bienestar:

1. Identificar pensamientos automáticos

Llevar un registro de preocupaciones ayuda a reconocer patrones repetitivos y poco realistas.

2. Diferenciar entre “ocuparse” y “preocuparse”

Pregúntate: ¿este problema es real y actual? Si la respuesta es no, lo que estás haciendo es preocuparte sin sentido.

3. Practicar la aceptación de la incertidumbre

Aceptar que no podemos controlar todo es liberador. La incertidumbre es parte natural de la vida.

4. Establecer un “tiempo para preocuparse”

Algunos especialistas recomiendan reservar un momento del día para anotar las preocupaciones y no permitir que invadan todo el tiempo.

5. Técnicas de relajación y mindfulness

La respiración profunda, la meditación y el mindfulness ayudan a centrar la atención en el presente y a reducir la rumiación mental.

6. Pedir ayuda profesional

La psicoterapia, especialmente la terapia cognitivo-conductual, ha demostrado gran eficacia en el tratamiento de la ansiedad generalizada.


¿y si…? ¿y si…? ¿y si…? Cuanto más nos preocupamos, más caminos abrimos para la preocupación.

La realidad es que una cosa es ocuparse (búsqueda de soluciones cuando tengo un problema real), y otra bien distinta preocuparse (imaginar escenarios posibles cuando el problema todavía no ha llegado y no sabemos siquiera si va a venir).

Ocuparse es adaptativo. Preocuparse es un acto improductivo que resta energía para las cosas de las que realmente debemos ocuparnos.

La buena noticia es que aprender a soltar la preocupación tiene solución. Lo importante es pedir ayuda cuando sentimos que no podemos con ello.

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